domingo, 8 de noviembre de 2015

EL MIEDO A LA MUERTE (Última de dos partes)


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DR. EVARISTO JAVIER GÓMEZ RIVERA*
Para subrayar el miedo a ser sepultado vivo, nos detendremos en una biografía de interés superlativo: la de Alfredo Nobel, el de los premios más codiciados del mundo. Para entender el testamento de tan singular personaje, es conveniente conocer algo de su vida.
Nació en 1835, en Suecia, pasó su adolescencia en Rusia y a los 17 años vivió en los Estados Unidos, (donde hizo la carrera de ingeniero químico) luego volvió a Europa. Llama la atención el constante brincar de un país a otro por eso mismo no logró concentrar sus afectos en un lugar determinado. Así, en cuerpo y alma se consagró a la química de los explosivos; qué otra cosa podía hacer un niño cuyo padre fabricaba torpedos y minas submarinas. Viviendo en Rusia sembraron el mar Báltico de explosivos neutralizando al enemigo. Alguna vez se dijo con ironía que los Nobel ganaron la guerra en el norte y los zares la perdieron en el sur. Perdida la guerra, llegaron a la ruina económica y a la necesidad de emigrar, ese fue el escenario que siempre vivió Alfredo: peregrinar de un lugar a otro.
En Estados Unidos buscó apoyo económico con la clase política y los banqueros, con tesón y sobrada inteligencia, decidió patentar la dinamita en 1864. Con ese ”triunfo”, comenzaron las tragedias. La química de los explosivos era como una fiera que no perdonaba; a cada paso de Alfredo, estaba el zarpazo sangriento: en el primer mes de fabricar dinamita, voló en pedazos la fábrica. Días después explotó un barril en plena calle en Nueva York, luego explotó y se hundió un barco cargado con dinamita provocando 47 muertos. Otra explosión en Sídney: 20 muertos, otra en San Francisco California y la lista seguía creciendo. No, esa bestia llamada dinamita no estaba domada y quería más sangre, más víctimas. Y un día de tantos, cayó en sus garras el hermano de Alfredo: Eric Nobel.
Fue así como se fue formando la personalidad del personaje, que puertas adentro sintió mucha frustración y rabia que fue necesaria para encender más su tenacidad, pero…
Puertas afuera, el espanto sacudió al mundo y fue declarado persona non grata: Primero  cerraron su fábrica, luego las puertas de Francia y por último le quitaron el saludo, hasta el punto de negarle cuarto en los hoteles. Nobel no se arredró, por lo que hizo de un barco anclado en el centro del lago Maclar, su laboratorio donde siguió luchando solo. Tiempo después “eureka: el explosivo se mezcla con polvo inerte y  la fiera estaba domada. Y otra vez las puertas se abrieron, las guerras fueron su mejor aliado, un reguero de fábricas se instalaron en Suecia, Francia y Alemania para luego invadir todo el planeta.
Se había ganado la batalla intelectual, pero el ser humano había quedado desquiciado. A los cuarenta años no tenía un solo amor, tanto afán en su invento  lo despertó tarde a la vida sentimental. Le sobró fama y dinero pero le faltó correspondencia amorosa y así comenzó la neurosis del solterón, expresada por un miedo exagerado a enfermarse,  siempre preocupado por su salud, sintió miedo de morir y para ello dispuso en el testamento que se colocará un sistema de alarma en el ataúd, pues se crispaba de horror al pensar que podía ser enterrado vivo.
Murió en 1895, cubierto de oro, de patentes, de negocios, pero con el corazón vacío. En su testamento no se acordó de los filósofos, ni de los artistas, ni de los religiosos, pero sí de la física, de la química y de la medicina. Dicen que murió de repente, solo, sin alma piadosa que le cerrara los ojos.
En su testamento hay una (además de la de la entrega de los premios) cláusula en la que dispone colocar el cuerpo dentro de un ataúd especial, con un dispositivo eléctrico que comunique subterráneamente con su casa, los electrodos estarían unidos a los dedos, para que las manos transmitan el más insignificante desplazamiento del “muerto” a un timbre de alta resonancia.
El hombre vive con el miedo a la muerte, luchamos con toda la sabiduría para no morir y luego afilamos todas las armas para matar ¡y nos matamos! Si tuviera que decir una característica distintiva del humano diría: agresividad.
*Traumatólogo. Profesor de Ortopedia de la Facultad de Medicina, Torreón, UA de C.

La próxima colaboración será de Dr. Pablo Ruiz Flores, genetista.