DR. EVARISTO GÓMEZ RIVERA*
Es posible que algunos lectores juzguen impropio
que un médico critique a la medicina, pero la mejor forma de quitar un vicio es
declararlo y ponerlo sobre la mesa de la sinceridad.
La medicina era una actividad hecha de ciencia,
arte y oficio; hoy la queremos científica, exacta e infalible y por eso a
menudo tropieza con mil piedras que la ponen en trances comprometidos. Urge
combatir esa vana presunción, que actualmente alcanza proporciones amenazantes. Ciertamente, a los
médicos nos corresponde conocer la ciencia lo más exacto posible y el vacío,
entre los conocimientos imperfectos y la verdad que queremos, habrá que
llenarlo con entusiasmo y buena fe y, sobre todo, con una dosis alta de
modestia.
Exageración disfrazada de profesionalismo, al
convertir en lucrativa una profesión que si bien merece ser remunerada, siempre
debe ser acorde a la capacidad de trabajo y al buen arte de curar. Desconozco
si existe en la historia de las grandes fortunas, una sola hecha ejerciendo la
medicina; el esplendor económico que algunos ostentan, tiene más de relumbrón que de
efectiva solidez porque hay sin duda otras actividades que con menos agobio,
logran mejores dividendos. La medicina ha cambiado porque pasó de ser profesión
humilde a una brillante ocupación, punto
de partida de bienestar y reconocimiento social; dejo de ser una ciencia
secundaria cercana a la magia, para colocarse en las alturas de la ciencia; la
fortuna ha sido espectacular, pero como todas las fortunas rápidas, cayó en el pecado de la exageración. Exageración
disfrazada de profesionalismo cuando se pone demasiada fe en todo lo que se presenta
con etiqueta nuevo, adelantado y reciente. Como ejemplo: libros de última edición, revistas prestigiadas y congresos internacionales. Aceptar como
verdad absoluta lo publicado en las páginas electrónicas de la Internet es tan
poco inteligente como aceptar lo dicho por Galeno y Paracelso a principios de
la era cristiana; parece que lo primordial esta en los conocimientos anunciados
como nuevos; el que sabe muchas cosas y las quiere adornar con muchas citas,
está bien que lo haga, lo malo está en pensar que lo importante son las citas y
no las cosas y llenar lo vacío del pensamiento con torrentes informáticas.
A esa
altanería, también contribuyen los congresos, esa plaga de los tiempos actuales,
en donde predomina la diversión y las promociones comerciales, con escasas
médicos, auténticos científicos de buena fe, preocupados por la ciencia;
muchedumbres buscando el relumbrón de la asistencia. La maquinaria
propagandística de la formidable industria farmacéutica ayuda al equívoco y al
exceso, promocionando productos, con la garantía de opiniones firmadas por
nombres ilustres, ejerciendo en el público, el mismo poder mágico de los
símbolos y los jeroglíficos sobre las mentes primitivas.
Nuestros conocimientos médicos, han de estar
basados en unas cuantas verdades exactas, que emergen de mares de información sujeta
a revisión. En otras palabras, saber es, no solo saber, es saber y dudar y por
lo tanto, no saberlo todo. De todo lo reciente
debemos estar informados, pero salvo excepciones, aconsejamos
considerarlo como mercancía sospechosa, a la que daremos beligerancia, solo después de
rigurosa cuarentena. La verdad científica crece con el tiempo, como una espiga
entre montones de hierbas inútiles destinadas a perecer, solo hay que dejar que
el tiempo haga la selección entre lo fugaz y lo perene.
*Traumatólogo. Profesor de Ortopedia de la Facultad
de Medicina, Torreón, UA de C.
La próxima colaboración será de la Dra. Susana
Bassol Mayagoitia, Endocrinóloga de la Reproducción.