lunes, 1 de agosto de 2016

LAS LEYES NO CURAN ENFERMEDADES



DR. EVARISTO GÓMEZ RIVERA*
En esta ocasión quiero dar un toque de alarma contra la eutanasia. La eutanasia es un acto heroico para casos especiales, pero nunca una norma de conducta avalada por la ley. La ciencia médica debe ayudar a bien morir, nunca a bien matar. Y precisamente la eutanasia puede ser un camino de excepción para bien morir.
La palabra eutanasia suena a herejía, pero suene como suene, debemos aceptarla cuando la circunstancia así lo imponga, pero solamente a través de la excepción. Si se trata de legalizarla, somos los médicos los primeros en protestar contra tamaña ley. Los problemas afectivos debemos resolverlos en la intimidad y no en el marco de la legalidad, pretenderlo, pulveriza y anula todo lo espiritual que pudiera justificar la eutanasia.
La eutanasia es en el momento preciso, no antes no después. Por ejemplo, el Harakiri y otros ritos orientales, defienden la legalidad porque, según ellos, es para reparar una injusticia social, pero con esa “honorable” intención, muchas vidas terminaran antes de la hora.
Nuestra postura: la de los médicos y la medicina, frente a la eutanasia como receta fría, amparada por la ley, es “no y no”. La experiencia nos dice que ”hecha la ley, hecha la trampa”. Entre otras razones decimos que no, porque estamos convencidos, que el motor perverso del hombre es más potente que el motor de las buenas acciones, algo así, como que el motor del egoísmo es más eficiente que el del altruismo.
Tenemos ejemplos en otras latitudes: La legalización del divorcio y sus consecuencias, están a la vista. Ahora se juega a casar y descasar deportivamente. En lugar de ser una solución excepcional para casos excepcionales, se ha transformado en pasatiempo y como consecuencia se ha desmitificado el sexo, se ha degradado el amor y todo lo sagrado se perdió. La legalización de un problema sentimental ha sido catastrófica.
Tenemos derecho a morir, es verdad, pero para ejercer ese derecho, es menester cumplir con requisitos indispensables, porque la decisión una vez tomada, no admite falla humana y el viaje no tiene regreso.
Primer requisito: Ausencia irreversible. La medicina hace extraordinarios esfuerzos, a los que recurre como salida heroica, cuando supone que el muerto puede volver a la vida. Más sería cruel, sostener indefinidamente a un hombre aislado, si sabemos a ciencia cierta que esta descerebrado, que los trastornos bioquímicos del cerebro son irreversibles y que las cadenas enzimáticas se han roto
Sin embargo, a menudo presenciamos casos de morbosa presencia vegetativa, sostenida artificialmente, a sabiendas de que el hombre ha muerto y que jamás podrá volver a la vida, un alarde de tecnología pero nada más, son seres humanos que merecen un final más digno. Segundo requisito: dolor irreversible. Hay dolores progresivos, irreparables y destructores. Tal es el caso de ciertas modalidades de cáncer. Cuando se han destruido zonas vitales, el dolor puede ser lacerante y la voluntad del paciente es irse definitivamente, esencialmente cuando termino su ciclo biológico, ya no hay proyecto de vida, y el dolor ocupa el centro de sus preocupaciones y sufrimiento. Tercer requisito: decisión irreversible. Sigmund Freud cierto día, se pasó la lengua por el paladar y diagnosticó cáncer; procedió como todo hombre, se hizo operar 32 veces, en vivo. Nunca quiso la anestesia, quería ser él mismo, vivir el dolor. Cuentan que se presentaba a la clínica con pijama bajo el brazo y de incognito. Vivió y trabajó más de 16 años, los últimos de su vida los pasó con el monstruo en la boca, así le llamaba al paladar artificial, porque cuando ya no podía más, se lo quitaba, aunque no por mucho tiempo, porque el verdadero vía crucis era volverlo a poner; no podía hablar, solo escribía y su hija Ana, la hacía de intérprete. Con semejante calvario a cuestas, cansado del duro bregar, llamó a su médico para recordarle que 16 años antes le prometió no dejarlo salir de este mundo sin dignidad; la promesa se cumplió el día 21 de septiembre de 1939 a los 81 años de edad, sin tragedia, ni aspavientos ni un minuto antes ni uno después
Debemos tener conciencia de que el enfermo está en la última frontera, totalmente seguros de que el proceso es irreversible y así el dramatismo de la salida, es menos ostentoso que el dramatismo de la permanencia.
*Traumatólogo. Profesor de Ortopedia de la Facultad de Medicina, Torreón, UA de C.

La próxima colaboración será de la Dra. Susana Bassol Mayagoitia, Endocrinóloga de la Reproducción.