DR. EVARISTO GÓMEZ RIVERA*
En esta ocasión quiero dar un toque de alarma
contra la eutanasia. La eutanasia es un acto heroico para casos especiales,
pero nunca una norma de conducta avalada por la ley. La ciencia médica debe
ayudar a bien morir, nunca a bien matar. Y precisamente la eutanasia puede ser
un camino de excepción para bien morir.
La palabra eutanasia suena a herejía, pero suene
como suene, debemos aceptarla cuando la circunstancia así lo imponga, pero
solamente a través de la excepción. Si se trata de legalizarla, somos los
médicos los primeros en protestar contra tamaña ley. Los problemas afectivos
debemos resolverlos en la intimidad y no en el marco de la legalidad,
pretenderlo, pulveriza y anula todo lo espiritual que pudiera justificar la
eutanasia.
La eutanasia es en el momento preciso, no antes no
después. Por ejemplo, el Harakiri y otros ritos orientales, defienden la
legalidad porque, según ellos, es para reparar una injusticia social, pero con
esa “honorable” intención, muchas vidas terminaran antes de la hora.
Nuestra postura: la de los médicos y la medicina,
frente a la eutanasia como receta fría, amparada por la ley, es “no y no”. La
experiencia nos dice que ”hecha la ley, hecha la trampa”. Entre otras razones
decimos que no, porque estamos convencidos, que el motor perverso del hombre es
más potente que el motor de las buenas acciones, algo así, como que el motor
del egoísmo es más eficiente que el del altruismo.
Tenemos ejemplos en otras latitudes: La
legalización del divorcio y sus consecuencias, están a la vista. Ahora se juega
a casar y descasar deportivamente. En lugar de ser una solución excepcional
para casos excepcionales, se ha transformado en pasatiempo y como consecuencia
se ha desmitificado el sexo, se ha degradado el amor y todo lo sagrado se
perdió. La legalización de un problema sentimental ha sido catastrófica.
Tenemos derecho a morir, es verdad, pero para
ejercer ese derecho, es menester cumplir con requisitos indispensables, porque
la decisión una vez tomada, no admite falla humana y el viaje no tiene regreso.
Primer requisito: Ausencia irreversible. La
medicina hace extraordinarios esfuerzos, a los que recurre como salida heroica,
cuando supone que el muerto puede volver a la vida. Más sería cruel, sostener
indefinidamente a un hombre aislado, si sabemos a ciencia cierta que esta
descerebrado, que los trastornos bioquímicos del cerebro son irreversibles y
que las cadenas enzimáticas se han roto
Sin embargo, a menudo presenciamos casos de morbosa
presencia vegetativa, sostenida artificialmente, a sabiendas de que el hombre ha
muerto y que jamás podrá volver a la vida, un alarde de tecnología pero nada
más, son seres humanos que merecen un final más digno. Segundo requisito: dolor
irreversible. Hay dolores progresivos, irreparables y destructores. Tal es el
caso de ciertas modalidades de cáncer. Cuando se han destruido zonas vitales,
el dolor puede ser lacerante y la voluntad del paciente es irse
definitivamente, esencialmente cuando termino su ciclo biológico, ya no hay proyecto
de vida, y el dolor ocupa el centro de sus preocupaciones y sufrimiento. Tercer
requisito: decisión irreversible. Sigmund Freud cierto día, se pasó la lengua
por el paladar y diagnosticó cáncer; procedió como todo hombre, se hizo operar
32 veces, en vivo. Nunca quiso la anestesia, quería ser él mismo, vivir el
dolor. Cuentan que se presentaba a la clínica con pijama bajo el brazo y de
incognito. Vivió y trabajó más de 16 años, los últimos de su vida los pasó con
el monstruo en la boca, así le llamaba al paladar artificial, porque cuando ya
no podía más, se lo quitaba, aunque no por mucho tiempo, porque el verdadero vía
crucis era volverlo a poner; no podía hablar, solo escribía y su hija Ana, la hacía
de intérprete. Con semejante calvario a cuestas, cansado del duro bregar, llamó
a su médico para recordarle que 16 años antes le prometió no dejarlo salir de
este mundo sin dignidad; la promesa se cumplió el día 21 de septiembre de 1939
a los 81 años de edad, sin tragedia, ni aspavientos ni un minuto antes ni uno
después
Debemos tener conciencia de que el enfermo está en
la última frontera, totalmente seguros de que el proceso es irreversible y así
el dramatismo de la salida, es menos ostentoso que el dramatismo de la
permanencia.
*Traumatólogo. Profesor de Ortopedia de la Facultad
de Medicina, Torreón, UA de C.
La próxima colaboración será de la Dra. Susana
Bassol Mayagoitia, Endocrinóloga de la Reproducción.