DR. EVARISTO JAVIER GÓMEZ RIVERA*
Por disposición del Real
Protomedicato de la Nueva España (1628-1831) el arte de curar estuvo organizado
según reglas y jerarquías muy estrictas. Así, el médico diagnosticaba las
enfermedades y recetaba los medicamentos. El médico ocupaba el lugar más alto
en la escala social y gozaba de especiales privilegios, que aunque simbólicos
eran importantes: uso de toga y gorro, mula con gualdrapa y bastón. Recibían
las más altas consideraciones de la sociedad y por supuesto acaparaban a la
clientela con mayores recursos económicos. Se exigía que los médicos tuvieran pureza de sangre, por
lo que para titularse era requisito probar que no estaba contaminado con sangre
negra, morisca o hebrea, ni manchado el linaje con adjetivos como: ilegitimo,
bastardo, espurio, incestuoso, adulterino; testimonios de la época los
describen como un arrogante que habla con un lenguaje misterioso y escribe las
recetas en latín.
El Real
Protomedicato era tan estricto que detallaba sus mandatos hasta en los más
ínfimos detalles; esto se convirtió en obstáculo franco para la innovación y
progreso de la medicina en la nueva España. La Real y Pontificia Universidad de
México también contribuyó al notable deterioro de la enseñanza y práctica de la
ciencia bajo la estricta vigilancia de la Santa Inquisición.
El grupo médico estaba encabezado por los cirujanos
latinos, llamados así para distinguirlos de los cirujanos romancistas
que no conocían el latín y un rasgo de su inferioridad era que practicaban el
“arte obstétrico”, comúnmente despreciada por los cirujanos latinos. Ambas
categorías estaban habilitadas para curar heridas, componer huesos, curar
hernias, aplicar sangrías, poner ventosas y vejigatorios, abrir fuentes y
extraer dientes. Trabajos que para los médicos, eran denigrantes e indignos de
su categoría
En una escala hacía abajo estaban
los flebotomianos; luego los barberos y enseguida los dentistas, los compone
huesos, los hernistas, los oculistas y las parteras, todas estas variedades
quirúrgicas se aprendían sobre la marcha sin asistir nunca a la universidad y
sin reconocimiento formal.
Por disposición del rey Felipe lll se fundó
el Real Colegio de cirugía (1768) para hacer disecciones a los cadáveres de los
indios muertos por las tantas epidemias. El colegio dependía directamente del
rey y quedaba fuera del alcance de la universidad y del protomedicato, esta
acción molestó enormemente a las autoridades novohispanas y aumentó los celos
profesionales entre médicos y cirujanos.
El boticario preparaba y
vendía los medicamentos. Un médico de la época se lamentaba de los boticarios:
“toda la indicación que se proponen satisfacer es que no se pierda el
marchante”. Fernández de Lizardi (autor del libro el Periquillo sarniento) anotaba: “el tiempo de la peste es el tiempo
de la bonanza de esas tiendas odiosas: la receta que se despacha por cuatro
reales en días de sanidad, en los de enfermedad no se da por seis”. Los mayores
competidores de los boticarios fueron los hierberos que en plazas
y mercados vendían plantas y otras sustancias populares, que aunque extendidas,
no eran lo que los médicos recetaban.
Para darse cuenta de las
precarias condiciones sanitarias en que vivía gran parte de la población basta
leer los relatos de viajeros como los del célebre embajador Joel R Poinsett: “Frente
a los templos y en sus cercanías, vimos un número extraordinario de mendigos,
que abiertamente enseñaban sus asquerosas llagas y deformidades, para despertar
nuestra compasión. Observé a uno de ellos, envuelto en una gran sábana blanca,
el cual tan luego como se dio cuenta de que me había llamado la atención, vino
hacia mí y desplegando su abrigo enseñó su persona enteramente desnuda y
cubierta de úlceras de la cabeza hasta los talones…No hay ciudad italiana que
contenga igual número de mendigos miserables, ni ciudad en el mundo en donde
haya tantos ciegos. Esto, a mi juicio, se debe atribuir a la exposición
constante a la intemperie, a la penuria y al uso excesivo de aguardiente”.
Las condiciones de salud en la
Nueva España mostraban un panorama desolador, el aislamiento impuesto por el
reino a la colonia había sido bastante efectivo. Lo más sobresaliente de la
medicina en la época colonial fue el ejercicio profesional escrutado y regulado
por el estado, la concentración de médicos en las ciudades y su escasez en el
campo, la discriminación y desprecio social hacia las castas, el florecimiento
del curanderismo y la charlatanería y por último, un dato curioso: la reiterada
negativa a dar consulta a domicilio sobre todo por las noches.
*Traumatólogo. Profesor de ortopedia de la Facultad de
Medicina, Torreón, UA de C.
El próximo sábado el Dr. Evaristo Gómez Rivera continuará
con el mismo tema.