DR. EVARISTO JAVIER GÓMEZ
RIVERA*
La competencia profesional y la
práctica ilegal de la medicina tuvo una excesiva regulación y vigilancia del Protomedicato que forzaba a algunos médicos
a emigrar a las provincias en donde tenían que competir con curanderos y
charlatanes. Así lo indica una comunicación al Protomedicato que data de
septiembre 21 de 1804: “Son muy pocos para un reino tan vasto, más la caterva
de intrusos y curanderos les ponen en tan mala opinión con sus descabellados
pronósticos, que muy pronto tienen que abandonar”. De esta forma el curandero y el charlatán no sólo eran aceptados por la
sociedad, sino que en ocasiones llegaron a ser los más favorecidos, porque
compartían la mentalidad que concibe la enfermedad en el marco de la magia y la
religión, y no bajo la perspectiva de la ciencia. En la mentalidad popular el
médico representaba la viva imagen de la sabiduría, pero, ante el acoso de la
enfermedad, acudía a quien le ofrecía seguridad de que todo saldría bien y en
última instancia, el asunto quedaría siempre en manos de Dios.
Opiniones nada favorables eran las que expresaba el
embajador Poinsett (1822) al salir de Veracruz rumbo a México: “Todos
estuvieron de acuerdo en calificar de inseguros los caminos, de modo que vamos
a viajar con la dignidad que confiere el peligro. Debo confesar, sin embargo,
que prefiero caer en manos de los bandidos que dar en las de un
médico mexicano”.
Si consideramos los sucesos
desde el punto de vista del médico obligado por juramento a: “curar y
asistir de limosna a los pobres sin ningún estipendio”, se
comprenderá que era muy reñida la competencia por atender a la clientela rica
que constituía el mercado más codiciado.
Existía una legislación muy
precisa que establecía las multas y penas que sufrirían los falsos médicos,
pero su aplicación era sumamente difícil. Las multas raramente se cobraban,
pues recaían en personas por lo general insolventes. Cuando el curandero o
charlatán ejercía en lugares desprovistos de médicos legítimos, los mismos
vecinos pedían tolerancia, ante la necesidad de contar, al menos, con este
consuelo. Las denuncias provenían generalmente de poblaciones en donde ejercía
algún médico, cirujano o boticario aprobado, y eran éstos los que —viendo
afectados sus intereses— hacían la denuncia y pedían la persecución del
delincuente.
También los farmacéuticos
incursionaban en el terreno de la práctica médica; un testimonio de la época
señala: “Comúnmente las boticas quedan en manos de jóvenes incautos, que sólo
conocen los rótulos y el lugar que ocupan las vasijas, mientras los boticarios
salen a visitar enfermos, esto es, a desfigurar las enfermedades, a destruir
las naturalezas para que el médico venga después a repararlas”. También eran
frecuentes los casos en que médico y farmacéutico establecían una “iguala”,
mediante la cual recibía recompensa por enviar todos los pacientes a que
surtieran recetas en una botica determinada.
La ética siempre ha sido una
noción flexible, cambiante, con un fuerte gusto a economía. Un médico de la ciudad
de México elevaba una queja al ayuntamiento denunciando que: “Es de toda
necesidad, el que los cirujanos cumplan con las atribuciones de su profesión y que
no se entrometan a curar lo que no entienden, porque son unos destructores de
la naturaleza humana, peores mil veces que la peste más asoladora”.
La artificial separación de la
medicina y la cirugía resultaba negativa para el desarrollo de la ciencia
médica. Los cirujanos que atendían partos, por ejemplo, se hallaban impedidos
para administrar medicamentos a la parturienta; los médicos, por su parte, no
consideraban digno de su posición ocuparse de estas operaciones reservadas a
los cirujanos a quienes consideraban inferiores en preparación y jerarquía
social.
Dice un informe al virrey
Iturrigaray en septiembre de1804: “La división de la medicina y la cirugía no
ha acarreado otra cosa, que una inmensa rivalidad entre médicos y
cirujanos”. En 1822 un texto anónimo titulado El amigo de los médicos expone la necesidad de unificación: “Por
ser incalculables los desaciertos que en este arte…comete la crasa ignorancia”.
Con la fundación de la Real Escuela de Cirugía en 1770 comenzó a cerrarse la
brecha entre médicos y cirujanos. Los primeros frutos de esa revolución en la
recién nacida república mexicana fueron que la medicina se unificó con la
cirugía, desapareció el Protomedicato y la real y pontificia la universidad de
México fue clausurada.
La Guerra de Independencia
coincidió con el nacimiento de la moderna ciencia médica en Europa,
concretamente la anatomía patológica a la que dieron vida Virchow y otros
notables médicos, con una sencilla pregunta: “¿Dónde le duele?”; es decir que
la enfermedad quedó anclada a una parte del cuerpo y esto, que hoy nos parece
tan obvio, fue una revolución de enormes proporciones.
*Traumatólogo. Profesor de
ortopedia de la Facultad de Medicina, Torreón, UA de C.
La próxima colaboración será de la Dr. Gerardo Pérez
Rojas, ginecólogo.