DR.
EVARISTO JAVIER GÓMEZ RIVERA*
Abordar
el asunto de la muerte es difícil. ¿Quién va a opinar si él que se va, ya no
regresa? Los que creen en el más allá viven felices, porque con el misterio de
la crucifixión se mató a la muerte; para los que no creen en el más allá, la
vida se acaba como la cuerda del reloj: la muerte siempre será un trago amargo.
Pero, si la muerte es tan natural como el nacer o la caída del primer diente, entonces:
¿Por qué el miedo?, ¿por qué la tragedia y dolor si es un fenómeno natural?
¿Qué
pasó en la edad media? Las plagas diezmaban la población, la lepra corroía la
carne, las pestes eran implacables. La primera gran epidemia que se tiene
documentada sucedió en Egipto en 542 d.C. y en menos de un año se extendió por
toda Europa. La más grave fue la peste negra (1348), cuando Florencia registró
100,000 muertos, Aviñón 15.000, Paris 50.000. Cuántas páginas trágicas, cuantos
cuadros desoladores, muertos sin asistencia, cadáveres insepultos y muchos
sepultados vivos; el hombre indefenso, sin antibióticos, anestesia ni bisturí. ¿Serán
las anunciadas plagas bíblicas?, ¿será el filo del cristianismo que destruye el
mundo antiguo? Fue tal el pánico a la muerte que apareció otro miedo: miedo a ser enterrado vivo. ¿Es verdad
que los muertos se sepultaban vivos? En
el ensayo “Disertaciones sobre la incertidumbre
de los signos de muerte”, Bruhier, médico parisino del siglo XVIII documentó
52 casos de personas enterradas vivas y 72 certificados de defunción erróneos.
El profesor Louis destacado médico legista, en 1752, informó sobre una
verdadera curiosidad: “Concepción en estado de muerte aparente”: Un joven monje
fue hospedado en la casa donde era velado el cadáver de una joven y se ofreció
a pasar la noche en el cuarto donde estaba el ataúd, en el momento propicio
desnudó el cadáver y tuvo una relación sexual, a la mañana siguiente cuando se marchó el monje, la muchacha
resucitó cuando estaba por ser enterrada y nueve meses más tarde dio luz a una
criatura. (Emce editores Bs. As.1971, Colección grandes ensayistas).
Había
un clima de horror a la muerte y todavía más miedo a ser enterrado vivo, los
muertos dejados boca arriba aparecían luego de lado o boca abajo. Hoy sabemos
que la intensa deshidratación que precede a la muerte por cólera, produce
contracciones musculares; para el ingenuo enterrador resultaba difícil entender
y el pánico cundió más aprisa que la epidemia.
Hay
ejemplos recientes: En 1967 se documentó el caso de una mujer de 78 años,
encontrada aparentemente sin vida, con un escrito anunciando la partida, junto
a un frasco vacío de pastillas para dormir, fue trasladada al depósito de
cadáveres donde 6 hs. después, durante el trámite de identificación, se
descubrió que aun respiraba.
En
1967 los periódicos informaron del caso
de un soldado gravemente herido en la guerra de Vietnam. Él fue trasladado al
hospital aparentemente muerto, abandonando todo intento de salvarlo después de
45 minutos de esfuerzos. Sin embargo en el depósito de cadáveres advirtieron
signos de vida por lo que fue repatriado y logró recuperarse.
¿Será
el miedo a la muerte una exclusiva de los humanos? El animal envejece y muere,
el hombre también, pero hay diferencias fundamentales: el hombre sabe que
envejece, el hombre sabe que ha de morir y al hombre le duele la vejez y teme a
la muerte. Toda la evidencia arqueológica nos lleva a concluir que la
concepción de la muerte es una exclusiva del hombre, el homo sapiens teme a la muerte y le rinde culto. El hombre primitivo
se arrodilló frente a su hermano muerto, todo eso nació con el hombre, nada se encuentra en los animales. Así desde
entonces hasta la fecha seguimos unidos emocionalmente al momento del tránsito,
el miedo a lo desconocido.
Ante
semejante panorama el hombre se sintió indefenso y se acercó a Dios y se hinco
ante lo sobrenatural; así la plegaria y la oración suplantaron al teorema y el
amor divino a la especulación científica. El miedo a la muerte; la manera más eficaz
de llevar almas al redil; mejor método, imposible. Eso es lo que sucedió en la edad
media; un cambio con mucha superstición por fuera y mucho contenido moral y
religioso por dentro.
*Traumatólogo.
Profesor de Ortopedia de la Facultad de Medicina, Torreón, UA de C.
La
próxima semana el Dr. Evaristo Gómez Rivera continuará con el mismo tema.