DR.
JAVIER GARCÍA SALCEDO*
Los cambios de envejecimiento se inician a
los 30 años de edad, cuando la muerte celular programada y la capacidad
fisiológica de recambio celular disminuyen. La reserva de los órganos y los
tejidos es tal que en la mayoría de los casos el sujeto no se da cuenta que sus
capacidades están mermadas y es hasta los 60 a 65 años en que se manifiestan. Aún
en sujetos sanos se padecen enfermedades que no se presentan en otras edades.
Los principales cambios en el
anciano se presentan a distintos niveles, por ejemplo: en el sistema nervioso
existe una pérdida de neuronas, con afección cerebral (memoria) y los sentidos,
vista, oído, olfato, gusto, sensibilidad táctil; disminuye la fuerza de
ligamentos y se caen los dientes más fácil; se presenta más fácilmente daño al
estómago con más dificultad para la recuperación, el peristaltismo (movimiento
intestinal) y la absorción por los intestinos es más lenta, se enlentece el
transito colónico con fácil constipación, aparición de divertículos, pólipos,
hemorroides; el corazón se hace fibroso, y las arterias coronarias se endurecen
pudiéndose manifestar más fácilmente arritmias, insuficiencia cardiaca e infartos;
el páncreas funciona más lentamente para liberar enzimas digestivas o insulina;
el hígado acumula pigmentos anormales como lipofucsina, incrementa el tamaño de
los hepatocitos, pero disminuyen su número y función; se disminuye la función
del riñón; en el pulmón se presenta enfisema senil, fibrosis pulmona; disminuye
la masa muscular y los músculos y tendones son de menor tamaño, fibrosos, duros
y más frágiles (sarcopenia); se reduce la capacidad del sistema inmunológico
(que nos defiende de infecciones y cáncer); baja la producción de hormonas y la
respuesta a ellas. Los cambios se presentan poco a poco, son irreversibles y se
acumulan. Entre más anciano más cambios hay.
Así que cuando se afecta un sistema, por una
infección, por ejemplo, eso hace que trabajen más el corazón, los riñones, el
intestino, el sistema inmunológico y las hormonas, la reserva de estos sistemas
es escasa, aun cuando se combata y en ocasiones se quite la infección; el
agotamiento que tienen los órganos lleva a mayor gravedad del anciano y aumenta
el riesgo de fallecimiento.
Por otra parte en el anciano
repercuten de manera importante las alteraciones de su ambiente, trabajo,
economía, círculo de amigos, capacidad funcional (dependencia física, o
económica). Cualquier alteración en estos factores, produce un gran estrés en
el anciano y ello invariablemente causa daño a su salud, con más posibilidades
de infecciones, hipertensión diabetes, úlceras gástricas, depresión y ansiedad.
Así, la reserva del sujeto para responder a cualquier estresor disminuye
conforme se incrementa su edad. Cuando mayor sea su edad, menor es su reserva y
mayor es su fragilidad biopsicosocial.
Es importante que los
médicos reconozcan el síndrome de fragilidad para explicarse el porqué entre
más longeva es la persona más difícil sacarlo adelante aún con los mayores
esfuerzos y la aplicación de medidas adecuadas, y por qué deben de tener más
cuidado y ser más cautelosos en su pronóstico. Y los familiares recordar que
entre más anciana la persona la posibilidad de recuperación disminuye y la de
complicación se incrementa así tenga una afección aparentemente tan simple como
una urosepsis o el gran “apuro por un hijo” puede llevarlo a ser más dependiente o al
fallecimiento.
*Farmacólogo y Geriatra. Profesor de
Farmacología de la Facultad de Medicina, Torreón, UA de C.
La
próxima colaboración será del Dr. Evaristo Gómez Rivera, traumatólogo.