DR. EVARISTO JAVIER GÓMEZ RIVERA*
La muerte llega sin remedio, no importa si aparece a
gritos o en silencio; en plena lucha diaria o en la cama. Las preguntas ahora
son, ¿por qué envejecemos? ¿Quién nos llama a envejecer? Es curioso porque la
célula sola, aislada, es inmortal, pero organizada con otras, muere.
El mundo vegetal es complemento del mundo animal y ambos
se equilibran para mantener la biosfera y ésta, a su vez, se equilibra con la
atmósfera y todo pervive en armonía con el Universo. Por eso Teihard de Chardin
dice: “El universo se sostiene porque todos nos inmolamos en su provecho”.
La vida es está en constante renovación, es equilibrio
dinámico y no hay desgaste posible. Hay exacta compensación entre sumar y
restar, entradas y salidas, análisis y síntesis, quitar y poner. Definitivamente,
la biología obedece a leyes distintas de las que rigen a la mecánica, cuya
renovación sólo es posible por las refacciones. Dicho de otra forma, lo que en
biología es intercambio molecular, en física se logra sustituyendo partes
usadas por piezas nuevas. Cuanto más trabaja el músculo más se desarrolla, por
eso nadie duda que la gimnasia fortalece el músculo. Si mantenemos el músculo
en reposo inexorablemente se atrofia, al contrario de lo que pasa con la biela del
motor, que si no la usamos se mantiene nueva. Si el músculo trabaja se consume
pero se repara inmediatamente, es la ley del metabolismo: “a rey muerto, rey
puesto”; cuando el organismo agota lo que da energía, sigue vivo quemando las
piezas del propio organismo. En cambio el motor, cuando le falta combustible, simplemente
deja de funcionar. El organismo envejece pues, no porque se gasten las piezas
por el uso, sino porque se agota la reserva funcional.
Comparto con ustedes, amables lectores, algunas
propuestas:
Teoría de la “senilina”: Alexis Carrel, premio Nobel de
medicina (1912), autor del libro La
incógnita del hombre, buscó la sustancia responsable del envejecimiento. Si
la tiroides produce tiroidina, el páncreas la insulina y el ovario foliculina,
lógico era pensar que los tejidos al envejecer producen “senilina”; la idea
cobró vigencia cuando descubrió una sustancia que, liberada de los tejidos del
embrión, estimula el desarrollo en general y bien pudo llamarla “juventina”,
sin embargo, la llamó trefona. Así pensó que si había una sustancia que
estimulaba el desarrollo, también habría otra que regulara la involución, al
acumularse en la sangre a partir de la mitad de la vida; el organismo viejo se
ira intoxicando a partir de la “senilina” y poco a poco llegará a la muerte
natural.
Sin poder aislar la sustancia responsable decidió hacer
un experimento: cambiar la sangre de un perro viejo por la de un animal joven.
Había que suponer que la sangre del viejo estaba saturada de “senilina”, no así
la del joven: Se prepararon cuidadosamente hasta los mínimos detalles, el perro
escogido entre miles parecía que efectivamente moría de viejo, ni de pie podía
estar, un verdadero Matusalén canino. Los resultados fueron espectaculares,
terminada la transfusión, de forma intempestiva el viejo perro saltó de la
mesa, sacudió el pelaje como después del baño. El animal, que un día antes
apenas podía estar de pie, parecía bañado en aguas de juventud. Días después,
Carrel dispuso que le acercaran una perra en celo y el viejo animal se levantó,
olio ávidamente a la hembra y obedeció a sus instintos. Pero días después,
súbitamente, al ver de nuevo a la perra sufrió un colapso y murió.
Ignoramos si en algún aspecto siguió el experimento, eran
tiempos difíciles para Francia en 1940: murió Carrel y llegó la barbarie con
los nazis, así, la línea de investigación pasó a segundo término. La pregunta
sigue en pie ¿Existe la senilina como sí existe la trefona?
*Traumatólogo. Profesor de ortopedia en la Facultad de medicina, Torreón,
UA de C.
La próxima semana el Dr. Evaristo Javier Gómez Rivera, continuará con el
mismo tema.