Es común que las
personas manifiesten la forma en que preferirían morir: una es durante el sueño,
o bien, simplemente, desean que sea de manera rápida y sin dolor. Al enterarnos
que una joven actriz mexicana falleció repentinamente, nos sorprende, pero de alguna
manera nos consuela saber que tuvo una muerte rápida, porque el diagnóstico fue
de paro cardiaco. Sin embargo, al escuchar dicho motivo de deceso, pensamos que
algo estuvo mal, pues no es una muerte común en alguien joven. Lo primero que
se debería de buscar es la causa del paro cardiaco ya que la mayoría de las
veces es consecuencia de otras alteraciones. A menudo el diagnostico de paro
cardiaco sólo denota ignorancia de la causa primaria de la defunción, ya que
todo fallecimiento implica, finalmente, el cese de los latidos del corazón.
En
1899, J. A. McWilliam fue el primero en demostrar que mediante estímulos
eléctricos, era posible provocar contracciones en un corazón detenido y que se podía
mantener latiendo, incluso, entre los 60 ò 70 latidos por minuto; una
frecuencia normal. Fue hasta el año 1958, en Suecia, cuando se implantó el
primer marcapasos de la historia, al paciente Arne Larsson, él que, por cierto,
sobrevivió 43 años, tras 26 cambios de marcapasos, viviendo incluso más tiempo
que los inventores del aparato y los cirujanos que lo intervinieron.
La
razón principal del uso de esta tecnología, era garantizar una cierta cantidad
de latidos que le permitiera al paciente tener una vida normal o casi
normal. Esta característica al poco
tiempo pareció ser algo que quedaba corto, es decir, se buscaron otras
aplicaciones que pudieran beneficiar aún más a los pacientes, por lo que se le
fueron agregando funciones como la de poder detener una taquicardia o la de
estimular no solo una cámara del corazón sino varias y de manera coordinada
para mejorar la función de un corazón debilitado por diferentes enfermedades. Posteriormente,
se consideró que sería algo bueno enviar un impulso eléctrico a aquellos
pacientes en los que, por cualquier motivo, su corazón se detuviera
súbitamente, y de esta manera provocar un reinicio de la actividad cardiaca
normal. Al principio, incluso, al no tener bien desarrollada la función de
reconocimiento de la detención del corazón, era posible que éste se desfibrilará,
o que se le diera la descarga eléctrica sin que el paciente lo necesitara. La
tecnología ha mejorado y permitido que estos aparatos funcionen de una manera
más efectiva, pero muchos médicos interesados en cuestiones de bioética se
están cuestionando si al alargar la vida de estos pacientes, que podían estar
“muriendo” todos los días o varias veces al día, se les estaría quitando la
oportunidad de tener una muerte “ideal” y se les condenaría a un posible fallecimiento
con dolor o con la terrible sensación de asfixia. Entonces, No siempre los métodos
que empleamos para prolongar la vida aplican también para mejorar la calidad de
èsta o la forma en la quisiéramos morir.
*Cardiólogo. Profesor de Cardiología y Director
General de la Facultad de Medicina y de los Hospitales Universitarios de Torreón,
UA de C.
La próxima colaboración será del Dr. Raúl
Guzmán Muñoz, cirujano.