DR.
JUAN MANUEL VALDEMAR LARAÑAGA*
Desde el año 2011, la idea
de la Tierra Viva está ampliamente
aceptada en todos los manuales de ecología. Fue propuesta en la década de 1920,
por el geoquímico ruso W. Vernadsky y retomada en 1970 con más profundidad por
J. Lovelock, llamándola Gaia, allí,
se establece que la tierra es un gigantesco superorganismo que se autorregula y hace que todos los seres se
interconecten y cooperen entre sí. Nada es dejado de lado, todo es expresión de
la vida de Gaia que incluye los
proyectos culturales y las formas de producción y consumo. Al generar un humano
consciente y libre, la misma Gaia se
puso en peligro. El hombre está llamado a vivir en armonía con ella, pero puede
romper el lazo de pertenencia y cuando la ruptura se vuelve dañina para todo el
conjunto, da amargas lecciones. Podemos sentirlas ahora.
Hace
un par de años, el derrame petrolero de la empresa British Petroleum, en el golfo de México, atrajo la atención de
personas que tienen una idea clara sobre Gaia.
Sin embargo, causó mucho asombro el discurso del presidente Obama y de ambientalistas
reconocidos mundialmente, ellos hicieron la evaluación de daños y una serie de
expresiones a las que estamos acostumbrados: “ellos los malos, nosotros los
buenos; ellos los contaminadores y nosotros los no contaminadores”, siendo el
común denominador, el no hacer nada.
Nuestra
Comarca Lagunera muestra el mismo comportamiento de las personas ante una
contingencia ambiental. Creemos que quien contamina es la empresa de “allá” y
en mi casa, “aquí”, no se contamina.
Nos
podría ir mejor si tomamos conciencia que la ecología, la salud, la seguridad,
la paz, la sociabilidad… están en la actitud que tomamos ante cada situación. “El mundo cambiará si primero cambiamos
nosotros” (Mc.1,15). La causa principal deriva del modo cómo
tratamos a la naturaleza que es generosa y nos ofrece todo lo que necesitamos
para vivir. A cambio la consideramos como objeto del que podemos disponer a
capricho, sin pensar en su preservación ni darle retribución alguna. La
tratamos con violencia, la depredamos, le arrancamos todo para nuestro
beneficio y la convertimos en un inmenso basurero.
Protestamos
por la contaminación de las empresas, ríos e industrias, pero hacemos uso
excesivo del automóvil, no reutilizamos el agua fría de la regadera, mientras
sale la caliente, dejamos luces y aparatos encendidos en casa, estacionamos el
carro y encendemos el aire acondicionado y generamos exceso de basura doméstica.
No
basta una ecología ambiental, que ve el problema en el ambiente y en la tierra.
Tierra y ambiente no son el problema sino nosotros. Somos el verdadero “anti Cristo”
de Gaia, cuando deberíamos ser su
ángel de la guarda. Entonces es importante hacer una revolución, como decía el
expresidente J. Chirac. Pero, ¿cómo hacer una revolución sin revolucionarios?
Ante un problema de contaminación global, se debe actuar de manera global.
Paulo Freire aseguraba: “No es la educación la que va a cambiar el mundo. La
educación va a cambiar a las personas que van a cambiar el mundo”. Necesitamos
a estas personas revolucionarias.
*Médico Laboral. Profesor de
Medicina del Trabajo y de Medicina Ambiental de la Facultad de Medicina, Torreón,
U.A. de C.
La
próxima colaboración será del Dr. Adalberto Mena Caldera, psiquiatra