Imaginemos
por un momento a un país en donde su Presidente padece hipertensión arterial e
insuficiencia cardiaca; el Secretario de Gobernación: apoplejía; el Secretario
de Hacienda: cáncer metastático; el Secretario de la Defensa: psicosis
depresiva y para completar semejante cuadro, su Embajador en Estados Unidos se
duerme durante las reuniones a causa de uremia. ¿Terrible? Sí ¿Imposible? No. Estos
personajes en realidad participan en la toma de decisiones que guían las naciones.
Lo ideal es que los líderes sean saludables mental y físicamente.
Desgraciadamente
carecemos de datos fidedignos sobre el estado de salud de los hombres públicos
y cuando se conoce algo, sólo es objeto de comentarios periodísticos sin que se
relacione con el curso de los acontecimientos.
Conocimos
la afición al alcohol y tabaco de Sir Winston Churchill, pero la época de su
declive físico y mental no, sólo lo sabían sus allegados y los que apoyaron al
presidente Roosevelt, no sus enemigos políticos. El presidente ya estaba en
decadencia cuando aceptó la candidatura para una reelección.
Napoleón
Bonaparte era epiléptico y padecía de úlcera gástrica, quizá esto influyó en la
derrota de Waterloo. La paranoia y megalomanía de Adolfo Hitler causada por
crisis depresiva o tumor cerebral, tal vez decidieron el holocausto judío.
¿Las
arterias coronarias del presidente Benito Juárez estaban lo suficiente
permeables para decidir la suerte de Maximiliano? El alcoholismo embrutecedor
de Victoriano Huerta sin duda influyó para decidir la suerte de Francisco I.
Madero en los acontecimientos de la Decena Trágica. Recordemos al presidente López
Mateos y su larga agonía después de un accidente vascular cerebral. Imaginemos lo
que sentía: dolor de cabeza constante, mareos, visión borrosa, síntomas que presagiaban
la tragedia, pero... ¿cómo cuestionar el desempeño de tan ilustre personaje?
Los
historiadores relacionan la conducta de un hombre con los sucesos políticos;
seria muy interesante poder escudriñar cuánto influyó la mala salud en sus
decisiones. Preocupa la gran cantidad de gobernantes que ejercen sus cargos a
pesar de padecer enfermedades incapacitantes para esa responsabilidad. Para
muestra, el presidente de Venezuela Hugo Chávez.
Con la
edad, la precisión del pensamiento falla, se titubea al juzgar. La iglesia
católica así lo ha comprendido y 75 años marcan el fin de la actividad
pastoral. Problema especial planteo el Parkinson de Juan Pablo II donde fue él
quien debió decidir si abdicaba o no.
El
ejercicio del poder debería ser como las olimpiadas, donde sólo los más
preparados ganan. El estado de salud psicofísico de los gobernantes debería ser
excelente. En este contexto la salud sí tiene jerarquías y sí es importante
para tomar decisiones correctas.
*Traumatólogo. Profesor de ortopedia en
la Facultad de Medicina, Torreón U.A. de C
www.facultaddemedicinatorreon.blospot.com
La próxima colaboración será de la
Dra. Concepción Beltrán Rodríguez, pediatra.